
Cada verano vuelve la misma lucha. Ellos contra mí. Una batalla a vida o muerte que siempre tiene un horario: el nocturno. Sólo puede quedar uno, igual que en un reality. Sólo hay un vencedor. Y cada noche la balanza se inclina hacia su lado o el mio. Y es que con el calor, el enemigo siempre regresa a mi casa. Con sus pequeñas alas y su trompetuda nariz, el mosquito, de cualquiera de sus miles de especies, pretende adueñarse de mi habitación, meterse en mi cama y dormir abrazado a mi querido Naranjito (mi muñeco cojín).
Sin embargo yo siempre estoy alerta. En cuanto su zumbido llega a mis tímpanos me armo de valor y agarro la escopeta. Enciendo la luz jurándome que acabaré, una noche más, con el molesto insecto. Que no volverá a incarme su trompeta. Que yo ganaré esta batalla. Pero es ver la luz y el muy cabrito se esconde. Mi locura, mezclada con el sueño, me hace imaginarme al susodicho mirándome desde su escondite, en vete tú a saber que rincón de la habitación. Mi habitación. Me imagino hasta sus pensamientos: "Busca, busca... Jamás me encontrarás. Soy más pequeño. Puedo volar. Tú no. Y cuando te rindas, y vuelvas a apagar la luz y meterte en la cama... VOLVERÉ...". Me dan escalofríos. Cómo algo tan pequeño puede contener tanto odio....
Reviso la habitación de arriba a abajo. No hay ni rastro del volador. Apago la luz y, a los cinco minutos, la vuelvo a encender. Es una táctica de guerra para despistar al enemigo y hacerle salir de la trinchera. No hay manera. Me odia y está deseando probar mi sangre. Otro escalofrío.
Me rindo. Decido ponerme unos tapones. "Así no le escucharé cuando pase por mi oreja", pienso. Pero el invento no funciona. A los dos minutos el zumbido del enemigo vuelve a quitarme el sueño. Llena de ira, y acordandome de quien invento los mosquitos, su molesto ruido y su escalofriante aspecto, recuerdo que tengo EL ARMA. Sí, con mayúsculas. La forma perfecta, después de un buen zapatillazo, de acabar con un mosquito del tamaño de un rinoceronte: el mata mosquitos. Sólo hay un problema, su olor. Sería capaz de matarme hasta a mí. Pulverizo a conciencienza la habitación. Con tanta dosis caen hasta los acaros del polvo. Sin embargo, yo acabo durmiendo en el sofá. He ganado, pero el enemigo ha conseguido desterrarme.