
Juro y perjuro que lo que vais a leer a continuación es cierto. Por muy extraño que parezca. Por mucho que lo
penséis y no
encontréis una explicación lógica. Es cierto. Palabra de
bloguera. Podría decirse que el suceso que ha llegado a mis oídos es uno de los efectos secundarios de quedarse sólo en casa durante las vacaciones de verano. Al igual que
Macaulay Culkin en esa popular película de los noventa, mi amigo, al que llamaremos A., se miró al espejo y pegó un grito. Sí, con las manos en la cara. Pero no le escocía el
aftershave, no. Más bien algo le
olía ... diferente. A comida. A fritanga de la buena, de esa de croquetas (
ummm), empanadillas y patatas fritas. Todo rebozado. Todo sano. Pero bueno, empezaré la historia por donde se debe empezar, por el principio.
Desconozco el día y la hora exacta en que sucedió. También se escapa de mis conocimientos qué le llevó a A. a hacer algo así. Fue un despiste. Una cuestión de confianza en quien le ha dado la vida. Una locura premeditada... Quizá las tres juntas. A. es una persona normal. Divertido. A veces, la mayoría, un poco loco. Siempre que está sólo en casa acude al supermercado. Le encanta comprar comida en miniatura:
mininapolitanas,
minicroquetas,
minipizzas...
Antes de irse, la madre de A. se encargó
personalmente de presentar a su hijo a la lavadora. "Hijo, esta es la lavadora. Sólo tienes que elegir un programa y echar el detergente y el
suavizante", le explicó.
Fácil. Muy fácil. Sin embargo, algo salió mal.
Pasados lo días, llegó el momento en el que la ropa de A. necesitaba un lavado. Tenía las palabras de su madre en la
cabeza. "Sólo tienes que elegir un programa.. echar el
detergente... ". Pintaba bien. No
podía fallar. Cogió su ropa. La metió en la lavadora. Buscó el detergente. "
Vi una botella en la encimera de
Eroski". Lo vertió en el cajón de la lavadora. Escogió su programa. Y esperó.
Colgó la ropa. La planchó. Y, para salir a la calle, se puso una de las camisetas que acababa de lavar. "Mientras estaba
arreglándome me venía un olor extraño a fritanga. Y yo no había frito nada ese día", cuenta A.
No le dio importancia. Sin embargo, cuando salió de casa, el olor no desapareció. En ocasiones pequeñas porciones de fragancia a fritura le llegaban a A. Empezó a sospechar que el olor provenía de él. De su ropa. Las vacaciones de sus padres acabaron y regresaron a casa. A. dejó de estar solo. Y con la llegada de su madre descubrió el secreto de la peste de sus camisetas. "¡¡Has estado lavando la ropa con el
aceite que tengo para reciclar!!", le explicó su madre. "Con razón corría tanto la lavadora", bromeó él. El aspecto de su ropa no cambio. No salía acartonada. No resbala al terminar el lavado. Su olor, ese característica esencia a restaurante lleno de turistas, fue lo único que A.
notó diferente. "Al ver la botella de
Eroski pensé que era jabón
Chimbo líquido", se justifica. Lo cierto es que ni la lavadora A. ni su ropa han vuelto a ser las que eran.