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sábado, 28 de agosto de 2010

Después de la fiesta llega la resaca


Hoy es uno de esos días. Los pies me arden. Algo con vida propia habita en mi garganta. El pelo me huele a tabaco. La cabeza me va estallar. La resaca me ha invadido después de que se me hiciera de día (a pesar de que no quería liarme mucho esa noche) en Aste Nagusia. Vuelvo a tumbarme en la cama. Son las doce del mediodía. Sólo he dormido cuatro horas desde que me descolgara el vaso de las fiestas del cinturón y aparcara en el escritorio las gafas con forma de corazón que había adquirído por (regateando) 3 euros. Quiero dormir más. Pero mi chico ya se ha desvelado y no hay nada que hacer. Esas cuatro horas deberán ser suficientes, al menos hasta llegar a la hora de la siesta. Tengo la suerte de estar aún de vacaciones, así que... relax.
Sin embargo, alguien llama a la puerta. Insiste. Es molesto. Un dolor penetra en mi cabeza como si alguien estuviera clavándome algo puntiagudo. Los pies, aún doloridos por el machaque de la noche anterior, apenas responden. Llego a la entrada. Quito la llave. Abro la puerta. "¡¡¡Oh no!!!". Intento cerrarla de inmediato pero es demasiado tarde. La resaca ha venido a hacerme una visita. Y parece que va a quedarse un tiempo largo.
Entonces recuerdo los sabios consejos de uno de mis compañeros de curro. "Nunca salgo de fiesta si no tengo Ibuprofeno en casa". Ibuprofeno, ese gran invento. Ese milagro científico. El Dios del mundo farmacéutico. El imprescindible para los que se pasean por la noche. Y en mi casa tiene un nombre concreto: Espidifen. Y lo mejor de todo, ¡tengo una caja en el armario! Estoy salvada.
Con las mismas ganas con las que esperas que acabe la visita de esa tía que sólo ves una vez al año y que, en esa única ocasión se dedica a informarte sobre cuanto has engordado, abro el sobre. Rezo al Dios Espidifen. "Que desaparezca rápido, qué desaparezca rápido...", deseo.
1,2,3... cuento.Ahora son las 4.32 de la madrugada. Durante unas horas ha hecho afecto, tanto que he vuelto a caer en el embrujo de las fiestas bilbainas. Aún así, mucho me temo que en unas, en cuanto abra los ojos, la resaca volverá a tocar mi puerta. Suerte que aún tengo la caja de Espidifen llena.

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